Leyendo a Penelope Fitzgerald no puedo evitar el punto de
vista de alumno. Con esta obra fue finalista del premio Man Booker del 1988. Lo
era por segunda vez en este prestigioso premio de, sin embargo, patriarcal
denominación. Y desde luego debió ser una justa finalista. Tanto que he ido a
curiosear quien fue el ganador y me sale que Peter Carey, un tipo con bastante
prestigio pero que a mí no me ha demostrado aún gran cosa. Leí algo suyo que no
me dejó muy impresionado pero todos cambiamos, volveré a él cuando pueda. De
momento tengo a Penélope, esta elegante escritora inglesa publicada por cómo
no, Impedimenta. Traducida por Pilán Adón, una escritora española muy amiga de
lo sutil y de escribir historias dejando al lector que construya entre líneas,
no dándolo todo mascado. De ahí que esta obra de traducción deba haberlo sido
también de amor. Y se nota. Una delicia de principio a fin. Premio a la escritora
y premio también para la traductora por no ser traidora. Estoy seguro de que el
original inglés no puede estar lejos en intención de esta traducción que
entiende el estilo de Fitzgerald.
La novela está ambientada en la primavera de 1913 en Rusia.
La escritora había viajado allí así que escribe sobre sus experiencias, suele
ser mejor así. Allí el impresor Frank Reid se queda compuesto y sin esposa.
Esta le deja con sus tres niños y ahí se las apañe. Pero pronto llegará una
extraña jovencita rusa que cuidará a sus niños y… Da igual, no penséis que ya
conocéis el final porque nada de lo que suceda se acercará a lo que habéis
pensado. Esto no es literatura de fórmula. Tampoco se nos explicará en grandes
y elocuentes y calculadas escenas de pasión. Aquí las revelaciones se suceden
como en la vida. Tarde o cuando no te las esperas. Casi no te das cuenta de que
se te ha revelado algo porque sucede en un momento rutinario y se habla de ello
como si no se estuviese realmente contando algo relevante. El gran misterio de
esta novela es saber por qué la mujer del impresor se fue pero luego hay
misterios añadidos. Y preguntas que te puedes hacer al final y que quedarán en
abierto, para que las pienses tú y te montes tu propia aventura pero
tranquilos-as, las líneas básicas quedan explicadas. La historia tiene un
desenlace que cierra sus cabos más importantes. Aunque como dice el epílogo,
estos susciten nuevas preguntas.
En este libro, decía, se aprende a escribir obra clásica o
moderna. La forma en que puedes describir a un personaje en un párrafo (desde
James Salter que no leía a nadie dar pinceladas tan precisas y acertadas), a no
ser efectista, a resultar verosímil en todo momento, a escribir menos para que
sea más, a estructurar bien un libro, a fabricar el tiempo literario, a sugerir
sin mostrar…
A veces la narradora nos hace volver a leer la misma página
porque algo relevante ha pasado y sentimos que se nos ha escapado. Este libro
no puede estar arriba en las listas de ventas precisamente por eso, porque
estas se definen porque la mayoría no tiene cierto nivel y la mayoría tiene que
leer algo más fácil de consumir. No es una queja, es lo que hay. La literatura
más compleja o elitista no puede arrasar en las librerías debido a que no todos
los lectores pueden dar el tipo o porque se necesita cierto bagaje anterior
para disfrutar de todos sus matices. Pero Impedimenta ya ha apostado por
Fitgerald más de una vez, leí “La librería” hace tiempo (un libro
autobiográfico pero creo que inferior a este). Creo que también hay un espacio
para que juguemos los que hemos leído mucho y no podemos seguir leyendo siempre
lo mismo.
Al final del libro hay un Postfacio de Terence Dooley que
enriquece el libro y nos hace querer saber más no solo de la literatura de
Penélope Fitzgerald, si no de su vida, una mujer que publicó su primer a los
cincuenta y ocho años. O que a los cuarenta y cinco había perdido su casa y
empezaba su vida desde cero y consiguió vencer todo tipo de adversidades en
plena madurez. Interesante.